La deuda es vital para el funcionamiento de la economía mundial. Pero, tras dispararse tras la crisis financiera mundial de 2008 y la pandemia de COVID-19 de los últimos años, ha alcanzado niveles sin precedentes: en junio pasado, la deuda total ascendía a 300 billones de dólares, es decir, el 349% del PIB mundial. Con la persistencia de los choques negativos de oferta y los principales bancos centrales del mundo luchando por frenar la inflación, los riesgos de la deuda son cada vez más alarmantes.
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Como explica Nouriel Roubini, de la Universidad de Nueva York, «la explosión de ratios de deuda insostenibles [en las últimas décadas] implicaba que muchos prestatarios – hogares, empresas, bancos, bancos en la sombra, gobiernos e incluso países enteros – eran ‘zombis’ insolventes que estaban siendo apuntalados por los bajos tipos de interés (que mantenían sus costes de servicio de la deuda manejables)». El regreso de la inflación puso fin a este «amanecer financiero de los muertos» y, junto con el bajo crecimiento, nos está impulsando hacia «la madre de todas las crisis de deuda estanflacionarias».
Kenneth Rogoff, de Harvard, subraya otro riesgo: un desplome inmobiliario podría afectar gravemente a las empresas de capital riesgo que se endeudaron fuertemente para comprar propiedades durante el periodo de tipos de interés ultrabajos. «Con la vivienda y el sector inmobiliario comercial en la cúspide de una caída brusca y sostenida, lo más probable es que algunas de esas empresas quiebren». Esta evolución podría desencadenar una crisis en una economía avanzada – por ejemplo, Japón o Italia – que «sería difícil de contener».
Pero son los países pobres los que afrontan los riesgos más inmediatos, señala el Ministro de Hacienda de Colombia, José Antonio Ocampo. «Golpeados por el endurecimiento de las condiciones financieras y las fuertes depreciaciones de sus divisas, decenas de países en desarrollo se tambalean al borde de una crisis de la deuda o ya han incurrido en impago». Y los esfuerzos de la comunidad internacional por aliviar la situación no han sido ni mucho menos insuficientes. Se necesitan medidas más ambiciosas, como la creación de un grupo independiente para negociar la deuda soberana y otra emisión importante de derechos especiales de giro por parte del Fondo Monetario Internacional.
Anne O. Krueger, de la Universidad Johns Hopkins, se hace eco de esta opinión. En su opinión, la «vía más prometedora» sería conceder al FMI -que desempeña un papel crucial en el apoyo a las reformas de la política macroeconómica- mayor autoridad para considerar insostenible la deuda. Pero, para que cualquier esfuerzo surta efecto, la comunidad internacional debe incorporar a China y a los principales acreedores privados.
Una forma de hacerlo, sugieren Dani Rodrik, de Harvard, Reza Baqir, ex Gobernador del Banco Estatal de Pakistán, e Ishac Diwan, del Laboratorio de Finanzas para el Desarrollo, es diseñar los acuerdos de deuda de forma que desbloqueen oportunidades de crecimiento. Esto haría que los acuerdos de deuda fueran «más convincentes» para todas las partes, lo que podría ayudar a evitar crisis financieras devastadoras.
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